viernes, 30 de agosto de 2013

¡VUELTA AL COLE!....... 14,13,12,11.........





















Sobre gestión emocional.

Primera conquista: la adaptación a la escuela.

Cada año por estas fechas inundan los telediarios imágenes de niños de corta edad desconsolados al ser arrancados literalmente de los brazos de sus padres para entrar en las aulas, muchos por primera vez.
Como profesionales de la educación, para nosotr@s no es una estampa nueva ni nos pilla desprevenidos en absoluto, pero hoy no quiero hablar de nuestra vivencia del “drama”; y tampoco del sufrimiento de los padres que marchan abatidos tras dejar a su pequeño en manos de una cuasi desconocida.
En estas lineas me gustaría devolver el protagonismo a quien realmente lo tiene, y que en ocasiones queda relegado a un simple “actor secundario” en la gran escena de la adaptación: el niño.
Es realmente importante poner el acento en su vivencia del proceso de adaptación, ya que probablemente es el primer reto de gestión emocional que debe superar por sí mismo. Hasta ahora en la mayoría de dificultades afrontadas hacia su autonomía personal (dormir solo, comer entero, gateo, primeros pasos…) ha contado son el apoyo y acompañamiento de sus padres y demás entorno familiar.
En este  nuevo reto que supone la adaptación también hay mucho trabajo previo que los padres podemos hacer para ayudar a que nuestro hijo esté más preparado: conformando una autoestima sólida; fomentando la independencia, la seguridad personal y la confianza mutua; ejerciendo un buen modelo de gestión y expresión de las emociones; anticipando el momento explicando: favoreciendo su flexibilidad en la adaptación a los cambios; y sobre todo adoptando una actitud positiva y de confianza hacia el centro escolar.
Por lo tanto, aunque en el momento decisivo tengamos la sensación de dejar a nuestro pequeño “solo ante el peligro”, en realidad gracias a este bagaje le estamos acompañando y dando nuestro apoyo.
Como educadores podemos intervenir adivinando cuándo y cómo intervenir, valga la redundancia.  La mayoría de nuestras energías están orientadas estos días a conocer las necesidades emocionales de cada niño, empatizar al máximo con su vivencia del momento, y darles respuesta en la medida de lo posible; hay niños que necesitan besos y abrazos, otros no quieren ningún contacto físico y se consuelan gritando en soledad, o acurrucados en un rincón, otros lloran, otros sólo quieren que les des la mano, o abrazar a su muñeco, otros con un teléfono de juguete pasan las horas hablando con su mamá… y nuestra tarea es buscar el mejor acompañamiento para cada niño.
Pero es el niño el que realmente ha de superar la situación por sí solo, y a veces en el ajetreo del proceso se nos olvida devolverle el protagonismo que le corresponde. ¿Cómo?, pues permitiéndole. Permitiéndole ser él, permitiéndole estar triste, desorientado, llorar, no llorar, expresar su enfado, su rabia, su decepción, su frustración…. Si somos pacientes, mantenemos la calma, y le permitimos expresar estas emociones, es más probable que haga una adecuada gestión de las mismas y la elaboración sea más rápida.
Pero en el mundo adulto tenemos muy baja tolerancia a la expresión de las emociones negativas, tratamos de ocultarlas y maquillarlas, disimularlas y atenuarlas como si de este modo fueran a esfumarse. Y además tenemos urgencia por hacerlo, no respetando muchas veces los “tiempos de cocción” necesarios para cada guiso.
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Sin ser conscientes trasladamos a menudo esta “negación de lo negativo” a los más pequeños, no permitiéndoles expresar, y por tanto no enseñándoles a canalizar ni afrontar. Castrando así su crecimiento emocional, ignorantes de que en el futuro  probablemente necesite más su inteligencia emocional que la racional.
Qué gran regalo haríamos a los más pequeños si en vez de:
-“No llores que no pasa nada”-, les acompañamos con un:
-“¿Qué te pasa?, ¿estás triste?, llora si lo necesitas, entiendo que estés triste y mamá también se ha ido triste a trabajar esta mañana. ¿Quieres un abrazo?, mamá también lo necesita.”-
Con un mundo emocional rico, si expresamos y  les permitimos expresar, si les damos oportunidades para que aprendan a gestionarlo de forma autónoma, capaz y resolutiva, es más probable que en el futuro sean personas felices y con relaciones personales sanas y satisfactorias.

Elena Vélez Agustín



                                    







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